Periodismo

Pablo Pineda Ferrer ORGULLO DOWN

Compartir:

Pablo Pineda Ferrer

ORGULLO DOWN

 Texto y fotografía: Sergio Marras

 Pablo fue el primer europeo con síndrome de down en terminar con éxito una carrera universitaria. Obtuvo el título de profesor de magisterio por la Universidad de Málaga. Luego, la vida lo llevó a practicar el oficio de actor. En 2009, ganó la Concha de Plata al Mejor Actor en el Festival de Cine de San Sebastián, compitiendo con Robert Duval y Ricardo Darín. Hoy, a los 38 años, asesora a empresas para exorcizar los prejuicios del mundo. Pablo apuesta fuerte.

 

Cuando nací un médico le dijo a mi madre que yo nunca iba a aprender. Ella le contestó: “preocúpate tú de sus resfriados, de sus amígdalas, que de su educación me ocupo yo”.

Por decisión de mis padres fui a la escuela pública del barrio, y después a la universidad. Mis tres hermanos me ayudaron. No fue fácil, porque los down tenemos una menor velocidad de aprendizaje, pero eso no quiere decir que no podamos aprender. ¡Ojo!, podemos hacerlo perfectamente, lo que hay que tener es un poco de paciencia.

            Al comienzo, mis compañeros de curso no me hablaban, tampoco me molestaban. Simplemente me ninguneaban, hacían como si no existiera…Me sentí solo, y eso le pasa a cualquier persona, ¿no?; cuando te imponen la soledad, es duro.

Claro, porque nosotros, los downs, somos sentimentales. ¡Cómo no me iba a afectar! Mucha gente piensa que somos enfermos, pero no lo somos. La nuestra es una condición, como ser hombre o mujer; o ser inglés. No somos discapacitados, somos personas con capacidades diferentes.

           Y también somos muy optimistas, tenemos una alegría contagiosa, somos animosos y no nos enfadamos casi nunca. He aprendido que la risa es sinónimo de inteligencia. ¡Qué te parece!

            Eso sí, decimos directamente lo que pensamos, lo que sentimos, y eso nos trae problemas porque la gente no lo suele hacer.

           Me enteré de que tenía síndrome de down cuando el jefe de estudios de la escuela no supo qué hacer conmigo.

Me preguntó si sabía lo que yo era. Ni puñetera idea, le dije.

Entonces me quiso explicar las leyes de la genética de Mendel, pero a mí me sonaron a chino. Era muy pequeño.

Al cabo de algún tiempo, le pregunté ¿soy tonto?, ¿puedo estudiar?

Me dijo que no era tonto, sólo distinto y que podía seguir en la escuela. Lo hice porque pensaba que me podían echar y ya había conquistado a mis compañeros y me llevaba genial. Bueno, la verdad es que de pronto alguno me llamaba mongólico pero enseguida el resto se encaraba con él.

Sí, alguna gente dice que soy único. ¿En qué? ¿En que he terminado una carrera?, ¿en que he hecho una película? ¡Ojo! La gente no se tiene que quedar con lo que haya hecho, sino con la educación y el contexto en que fue posible.

No soy menos down que otros chicos con el síndrome. Lo digo bien claro, a mí de pequeño me hicieron un cariotipo y lo volvimos a repetir hace algunos años. En él salía que soy down cien por ciento, ni más, ni menos. Soy el típico down de libro, de manual.

Tengo todos los rasgos: ojos achinados, dedos más pequeños y más gorditos, la macroglosia, ¿no? Tenemos una lengua muy grande, por lo cual el paladar es muy estrecho y por eso tenemos cierta dificultar para hablar.

Como downs, la sociedad nos dice: ustedes son imperfectos y yo soy perfecta, lo que ustedes tienen que hacer es adaptarse a mí. Yo pienso que es lo contrario. La sociedad es la que se tiene que adaptar a todas las personas, sean de cualquier condición. Debe acostumbrarse a aceptar la diferencia como algo normal.

La película me ayudó a reflexionar mucho. Allí hacía el papel de un chico down que se enamora de una mujer estupenda y ella le corresponde. Pasé de ser una persona conocida a nivel académico a ser un galán de cine. Abrazar a Lola Dueñas, musa de Almodóvar y Amenábar, me tocó el alma. Todavía no me creo que gané la Concha de Plata al mejor actor en ese festival de San Sebastián. Fue muy fuerte.

La película me sirvió para conocer cómo es el amor de verdad. Yo sólo me había enamorado idílicamente, pero nunca había llegado a intimar con una chica como en la película. La verdad es que nunca he tenido una novia, ni nunca he besado a una mujer.

Espero alguna vez hacerlo realidad. Las propias chicas tienen miedo todavía al qué dirán. No es fácil decir a tu padre, a tu madre: papá, mamá, me he enamorado de un chico con síndrome de down. Eso todavía pesa mucho.

Claro, la gente piensa por qué no hace su vida con una chica down, pero es injusto que esa sea mi única opción.

Es mi gran asignatura pendiente.